La loca apuesta de amor

Allí por 2015, en una fiesta multitudinaria, estaban mis amigos y yo, Julián, bailando al ritmo de la música con un par de tragos. Estábamos en nuestro propio mundo, celebrando mi cumpleaños. Mientras la fiesta continuaba, mis amigos, hicieron una apuesta. Uno de ellos, Mauro, eligió a una mujer de la fiesta, a la cual yo debía acercarme y seducirla; de lo contrario, el cumpleañero invitaría la próxima ronda de tragos. Con suerte, tenía en mi billetera el dinero justo para el taxi desde allí hasta mi casa.

Yo soy un chico un poco tímido y vergonzoso, por eso, me cuesta mucho relacionarme con las personas. Nunca me había acercado a una chica. Siempre mis amigos intentaban ayudarme para que salga de mi zona de confort pero me negaba rotundamente. Esta vez, había llegado el momento para que rompa con mis miedos. De todas formas, no tenía otra opción, no podía negarme, no tenía el dinero para invitar otra ronda de tragos.

Con coraje, me acerqué a la chica de la apuesta, quien también, se encontraba con una amiga bailando y moviendo su cabellera morocha al ritmo de la música. No sabía cómo empezar la conversación, miraba hacia atrás, haciéndole señas a Mauro con mis ojos y cejas, diciéndole que no iba a poder lograrlo. Ya estaba allí, tenía que tomar las riendas de una vez por todas. Al no hacerlo, y quedándome duro como una piedra, Melisa, la chica dela apuesta, me dice “¡Hola! ¿Te conozco?”. Yo, mudo y pensando que contestarle, le dije lo primero que se me vino a la mente, “¡Hola! No, no, solo quería decirte que sos una muy linda chica”. Melisa se ríe y continúa bailando con su amiga. Mauro, me hace señas con sus manos, que le diga algo más. Estaba deseando tener mi billetera llena de dinero e invitar la tan deseada ronda de tragos.

La música seguía sonando, yo me mantenía al lado de Melisa. Sol, la amiga de la chica de la apuesta, le avisó que iba al baño y volvía. Era el momento perfecto para que me luciera y conquistará a Melisa. Ninguno de los dos decía nada, solo bailábamos. En ese momento, Melisa desparramó su trago, sin querer, en mí. No sabía que decirme y para remediar la situación, Melisa me ofreció su mega buzo de Zara. De esta forma, me dirigí al baño, me saqué la remera y me puse el buzo de color negro. Mire al espejo y salí. Camine hasta donde estaba Melisa, pero… ¿Dónde estaba la chica de la apuesta? Mis ojos miraban para todos lados, tampoco encontré a mis amigos, no comprendía que había ocurrido. Entonces, me subí a un taxi con destino a mi casa. En el trayecto, no dejaba de pensar en Melisa, quería verla otra vez, quería conocerla verdaderamente.

Al día siguiente, como todos los domingos, saqué a pasear a mi perro Max, un bulldog francés negro, que ladra a todo lo que camina. Al regresar, me encontré con mi vecino Gerardo, un enano con bigote y pelo lacio. Era un vecino amigable, muchas veces mi padre se olvidaba las llaves del hall de entrada y el dulce enano, bajaba a abrirle. Aunque, nadie sabía a qué se dedicaba, si tenía hijos, novia o esposa.

Obviamente, seguía teniendo puesto el buzo negro de la chica de la apuesta. Al toparme con Gerardo, quién estaba saliendo del edificio, lo salude y este, miró detenidamente el abrigo negro. Yo no entendía qué tenía mi buzo de extraño, capaz estaba sucio o tenía un agujero. Entonces, con curiosidad le pregunte “Gerardo, ¿qué está mirando?”. Este me respondió anonadado “Discúlpeme, es que ese buzo me resulta conocido, tiene un jeroglífico”.  Seguía sin entender lo que estaba ocurriendo. Gerardo intentaba recordar de dónde le resulta conocido el abrigo. Lo tenía en la punta de la lengua. En ese momento, el enano exclama “¡Pues claro, ese buzo es del lugar donde yo trabajaba hace un tiempo! Todos teníamos el mismo buzo, tanto el personal como los pacientes. Pude darme cuenta por el jeroglífico que tiene tu abrigo, pero… ¿por qué llevas ese buzo? Si vos no sos paciente de allí”.

En verdad, no entendía de lo que estaba hablando Gerardo. ¿Pacientes? ¿Personal? ¿Qué tendrá en relación con Melisa? Había muchas preguntas sin respuestas. ¿Un jeroglífico? ¿Qué dice? Rápidamente, antes de que Gerardo se fuera, le pregunté “¿Dónde trabajabas antes?” y el enano respondió “En un hospital psiquiátrico, soy psiquiatra, trabaje allí y luego me trasladé a otro, ya que es un lugar muy raro, temeroso. Queda en la calle 11 de Septiembre y Federico Lacroze. ¿Tienes algún amigo/a internado allí?”. Le respondí sincerándome con él, “Sí, conocí a una chica ayer y se olvidó este buzo. Gracias por el dato”. Gerardo se fue pensando.

Subí a casa, me encerré en mi cuarto y puse mi mente en frío, debía conectar toda la información que recibí esta mañana con mi vecino. ¿Quién era Melisa verdaderamente? Acto seguido, me saqué el buzo y empecé a analizar el misterioso jeroglífico. No lo entendía. Le pregunté a mi amigo Mauro si podía ayudarme, él sabía sobre el idioma egipcio ya que sus padres nacieron allí y él, desde chico, lo estudiaba. Me envió un mensaje con la traducción que decía “El secreto de ir avanzando es empezar”. Una frase algo motivadora. Luego, busqué el psiquiátrico donde trabajaba Gerardo en Belgrano, y anoté la dirección. ¿Será Melisa la paciente de ese lugar o tendrá un familiar internado allí? Sin pensar más, agarré la mochila y tomé el colectivo que me llevaba hasta allí.

Al llegar, vi un cartel enorme que decía “Visitas solo familiares, de lunes a miércoles desde las 15 a 17 hs.”. No era un familiar, ni era lunes y eran las dos de la tarde. Ya estaba allí así que algo se me debía ocurrir. Pensé y pensé, hasta que encontré la solución: hacerme pasar por un paciente, es decir, ingresarme como paciente. ¡Alto! ¡Paren! Mañana sería lunes, ¿qué iba a decir en mi trabajo? Yo era periodista y trabajaba en una revista muy conocida de Argentina. Mi jefe me había encargado escribir una nota de lo que quisiera, pero que sea una nota profunda y que le llegase al público. Yo, me había olvidado de esto y de mi trabajo, ahora si estaba en cero. La mamá de Mauro era psiquiatra, así que le pedí que me hiciera una receta sobre los medicamentos que estaba tomando por mi estado de tristeza para enviar al trabajo, y aproveche también, que me haga una nota solicitando mi ingreso a un hospital psiquiátrico, debido a mi estado depresivo. Así fue como un domingo de frío otoñal, me ingrese en el Hospital Modelo de Buenos Aires, en busca de Melisa, esa chica que desapareció fugazmente de mis ojos.

El ingreso fue rápido, me dieron una habitación y el buzo negro con el jeroglífico. Me lo puse y fui directo al comedor en busca de Melisa. Al llegar, la vi, espléndida, pero tenía una cara de cansancio enorme, capaz estaba medicada. Fui hasta ella y la saludé. Me miro con cara de no conocerme, o no acordarse de mí. Le recordé la noche de ayer, que ella estaba bailando con su amiga y yo me presenté…y automáticamente, me hizo señas con su cara de que me callara. Lo entendí, seguro nadie del hospital sabía de su escape nocturno. Ella se fue a la clase de pintura y yo me quedé, sentado en el sillón hablando con un tipo con esquizofrenia.

Volví a verla en la cena y al terminar, fuimos al banco de afuera. Acto seguido, me dijo “Julián, ¿Qué haces acá?”. Le conté que vine a buscarla para devolverle su buzo y, además, deseaba poder verla otra vez. Me contó sobre ella, tiene un trastorno bipolar, cambios extremos en el estado de ánimo; y está internada en el Hospital desde 2011. Todos los sábados, Melisa escapaba del psiquiátrico a donde quisiese ir, era una joven eufórica, que hacía lo que quería sin pensar. Ella me confesó que lo que fastidia la magia de una relación es el día siguiente al primer encuentro, porque a partir de ahí todo se va cuesta abajo entre cosas que hay que hacer te guste o no. Al decirme esto, sentí que me estaba diciendo algo. Lo retuve en mi mente y luego, continuamos hablando. Ya eran las doce de la madrugada, entonces volvimos a nuestros cuartos.

Todo marchaba bien, había conseguido entrar al centro de salud mental, me reencontré con Melisa, pero… ¿Cómo iba a salir de aquí? Ya había cumplido mi sueño, ahora tenía que idear otro plan para irme. Los días pasaban, entable amistad con los amigos de Melisa, les di consejos de amor y charlé con Melisa a menudo. Pensaba en mi trabajo, tenía que hacer la nota y de alguna forma, mandársela a Mauro para que se la envíe a mi jefe. No sabía sobre qué escribir, y lo más cercano que tenía era este Hospital y Melisa. Entonces, comencé a escribir sobre lo que estaba viviendo, el centro de salud y la chica de la apuesta.

Un día, día de pintura, estábamos con Melisa, pintando lo que nos encargó la profesora. Teníamos que dibujarnos a nosotros mismos, con frases, o lo que quisiéramos. Cumplí con la consigna, se lo mostré y me quedé sentado en mi silla. Por su parte, Melisa entró en caos, porque no sabía cómo empezar el dibujo. Se fue directo al baño que estaba allí cerca. Era tanta la bronca que tenía, que rompió el único espejo del baño. Luego, fui corriendo para ver que ocurría. Un espejo roto, Melisa llorando, y yo consolándola. A los dos minutos, ella estaba riéndose de lo que había hecho. Yo no entendía cómo podía cambiar de humor tan rápido, era el trastorno bipolar. Volvimos a la clase y el reloj antiguo, el único que había, tocó las doce del mediodía, hora de almorzar. Aunque, el reloj era tan viejo, que estaba atrasado diez minutos. Así que, debimos esperar hasta ir a comer con nuestros amigos, o mejor dicho, los amigos locos de Melisa.

Llegó la noche, Tito, uno de los amigos de Melisa, con esquizofrenia, escapó del centro, sin motivo. Al no encontrarlo, también, escapamos del centro junto a Melisa. Encontramos a Tito, tirado en una esquina, a una cuadra del Hospital, tenía un cuchillo, objeto filoso. ¿Qué hacía Tito con un cuchillo? El, nos confesó que estaba yendo a su casa, a amenazar a la pareja de su exesposa para que la dejase. Tito estaba confundido, su exesposa no era ex, era su esposa y estaba con sus dos hijos en su casa. Volvimos al centro, dejamos a Tito en su habitación y nosotros, nos quedamos charlando un largo rato.

Al día siguiente, noté que Melisa no estaba bien como siempre, estaba distinta. Yo intentaba acercarme a ella, hablarle, pero no hubo caso. Cada día que pasaba, la quería más. Pero su trastorno, dificultaba las cosas. Entonces, decidí irme del centro y abandonar mi plan. Fui con la directora del Hospital, le comenté que ya estaba bien, listo para salir pero me denegó mi salida. Salí de allí y fui al lugar para hacer llamadas. Me comuniqué con la madre de Mauro, le supliqué que venga para sacarme de aquí.

Ya era la tarde, yo ansioso, esperando a Liliana, madre de Mauro. Llegó y fue directo con la directora. Al rato, salió y me vinieron a buscar, era libre. Aunque, estaba abandonando a Melisa. Nos fuimos y le comenté a Liliana todo lo que estaba pasando en mi mente.

Volví al trabajo, retomé mi vida, el café de cada mañana, el subte de la Línea D hasta Bulnes, mi escritorio, mis compañeros. Solo faltaba Melisa. Al llegar a mi oficina, todos me preguntaron si estaba bien, les conté que tuve días difíciles, pero ya estaba de vuelta. Martín, mi jefe, me pidió sin falta la nota. Acto seguido, me senté en mi silla y comencé a escribir mi historia en el Hospital, mi “loca historia de amor”. Mientras escribía, recordaba aquellos días allí, Melisa, los días de pintura, yo dando consejos de amor. La hora pasó, justo a tiempo para entregárselo a Martín antes de irme a almorzar.

Mi nota fue tan elogiada por mi jefe y compañeros, que fue publicada en la revista. Tuvo un gran éxito. Aunque, la noticia llegó al centro de salud, y allí, Melisa no estaba contenta por mi nota. Ya era sábado, día en el que esta hermosa joven, escapa del Hospital a donde se le diera la gana. Y sus ganas, la llevaron hasta la puerta de mi casa. Yo estaba casi dormido, hasta que comencé a escuchar gritos de una voz femenina. Decía “Veni acá, dale, si sos tan guapo para escribir una nota sobre nosotros, anímate. Sos una terrible persona, cómo podes hacerme esto”. Era Melisa, ¡era Melisa! Bajé enseguida y la vi, sentada en la escalera del hall.

Hablamos, ella me preguntó por qué escribí esa nota, le conté que me parecía una historia linda de contar a pesar del centro. Le confesé mi amor, le dije que estaba loco por ella, que ese fue el motivo por el cual me ingresé voluntariamente al Hospital. Sus lágrimas caían y la abracé. Ella, también, me confesó su amor, pero me dijo que iba a ser difícil la relación, por su trastorno. Le dije que estaba dispuesto a ayudarla y acompañarla en el proceso. Así fue como empezó esta loca historia de amor.

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