Laura, una mujer de unos treinta y un poco más, hermosa y sensible. Vive en el bario de Belgrano, Capital Federal. Más exactamente, en Teodoro García y 3 de Febrero. Enviudó hace un año, motivo por el cual, día tras día se lamenta y llora por los pasillos de su departamento. También, trabaja de lunes a viernes, full time, y no le alcanza para llenar la heladera y cubrir los gastos fijos. Su mamá, la visita de vez en cuando, ya que vive en Pigué, Provincia de Buenos Aires. Y las amigas de Laura...no tiene porque se peleó con todas. Solo le queda su prima Carolina, quien escucha su llanto rutinario por teléfono todos los santos días.
Entran por su ventana, algunos rayitos de sol que la despiertan junto a su alarma a las 7 y media de la mañana. Rápidamente, se lava los dientes y se arregla un poco la cara de triste que tiene. Se coloca su camisa blanca, una pollera de vestir negra junto con su blazer y unos estiletos que le había comprado su marido antes de fallecer. Rápidamente, sale de su casa, un poco apurada, y se dirige al Starbucks en la esquina de su casa. Todos los días, a las 8 de la mañana, Laura compra su Vainilla Latte allí. Mientras camina con apuro e intentando no caerse con esos tacos tan altos, llega a la estación de subte para ir a su oficina en el centro. Entra al vagón con su café que pareciera que esta a punto de caerse y manchar a Laura. Se sienta, revisa su cartera y se da cuenta que, ¡falta su billetera!. Empieza a recordar, dónde podría haberla dejado y automáticamente, se acuerda que ayer a la noche, pidió sushi por Pedidos Ya y su billetera, quedó en la mesada de la cocina. Siempre su billetera estaba en la cartera. Finalmente, baja en la estación que le corresponde y camina lo más rápido posible al Banco Francés, sobre la calle Reconquista, donde trabaja.
Laura, llega al banco, saluda a sus compañeros y se sienta en la silla de su oficina con un cansancio como si hubiese corrido un maratón. Su café se enfrió como siempre le pasa. Por un instante, recuerda que hoy era el último día para pagar en el banco su tarjeta de crédito. No sabe que hacer. El dinero estaba en su billetera bien contado.
Su jefe, Martín, golpea la puerta de la oficina de la viuda, y le ordena ir a la sección donde los clientes retiran la cantidad de dinero que posean en sus cuentas. Al regresar de allí, debía darle a Martín el dinero que le solicitó a las tres de la tarde, no le dijo la cifra. A Laura le resultó extraño este pedido ya que ella jamás había ido allí, solo paso caminando pero nunca fue especialmente a esa sección.
Al llegar, estaban Esteban y Luis, ordenando el dinero y contando. Laura los saludó y muy nerviosa, les dijo "Martín me pidió que suba aquí para retirar un dinero". Acto siguiente, Luis le trae la bolsa y se la da a Laura. Bajando las escaleras, siente que la bolsa pesa bastante, la abre apenas y su cara se iluminó. ¡Había un millón y medio de pesos! Laura comenzó a soñar como si ese dinero fuera suyo, y todo lo que podría hacer con el. Pagaría su tarjeta, se mudaría de casa para dejar de ver la sombra de su marido en cada rincón de su casa, invitaría a su prima a almorzar al lugar más caro de Capital y muchos sueños más.
Pasan las horas...y llega la famosa hora, las tres de la tarde. Laura ya a las tres menos dos minutos, estaba apagando su computadora y preparándose para irse. Había arreglado ir a la casa de Carolina, al terminar de trabajar. Martín seguía en una reunión muy importante que igualmente, ya estaba por finalizar. La viuda, se retiro del banco con la cantidad de dinero en su cartera, sin darse cuenta. Tomó el subte como todos los días, y debía bajarse en Bulnes, para ir a la casa de su prima.
En el trayecto, Laura abre su cartera para avisarle a Carolina que estaba yendo a su casa y ve la gran bolsa. Su cara hablaba por si sola, había robado un millón y medio de pesos, del lugar donde trabajaba. Su teléfono, no estaba allí, estaba en el escritorio de su oficina. Ya no iba a volver, ni tampoco podía avisarle a su prima que estaba yendo. Como última opción, fue a su departamento. Laura sabía que su acto estaba muy mal pero, también sabia que podía comenzar una nueva vida.
Bajó del subte, y empezó a caminar un poco rápido hasta su casa. Al llegar, no sabía si reír o llorar. Estar triste era su estado diario, pero feliz? Era la primera vez desde que falleció Hernán, que estaba con una sonrisa.
Este era el momento de Laura. Nadie podía localizarla, ni su propio jefe ya que su teléfono no estaba con ella. Su prima, seguro pensaba que ya estaba por llegar a su casa. Era el momento justo para dar un click en su vida y comenzar a vivir de otra forma. Tenía dinero, podría saldar sus deudas y le seguiría sobrando. Eran tantas las cosas que quería hacer, no sabía por donde empezar. Podría comprar un pasaje de avión y dejar su triste casa, para ser feliz en otro lado o seguir llorando acostada en una reposera del Caribe junto a todo su dinero. Era su decisión, ella tenía el mando.
Laura, pensaba y pensaba, caminaba por el pasillo de su casa. No sabía qué decisión tomar. Se tiró en su cama junto a todos los billetes. Abrió el cajón de la mesita de luz de su marido, tomó el arma que había allí y se pegó un tiro en la cien.
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