Buenos Aires, 30 de Agosto de 2008
Y llegó la noche. Seguía
desparramada en mi cama, pensando en la bolsa que rebalsaba de billetes. Eran
las 21:23, hora de cenar. No soy una experta en la cocina, siempre intento
"safar" con algo fácil para comer. Cuando mi esposo vivía, me lucía
un poco más. Me sentía Donato de Santis, me gustaba mirar Master Chef y
aprender un poco del arte culinario. Hoy, ya viuda, me convertí en "Anti
Donato", la cocina es para mi el peor lugar de la casa.
Cuando llega la hora de cocinar,
coloco uno CD de los Beatles en mi reproductor, es lo único que me inspira y me
da fuerzas para preparar algo. La tercera canción del disco es mi favorita,
siempre salteo las dos primeras para escucharla. Empieza la canción a sonar por
todos los rincones de la casa y yo canto "Something in the way she
moves...". Mis labios modulan la canción y mi corazón vuelve en el tiempo.
Mientras escucho a George Harrison, su voz tan pacífica y suave, me recuerda a
mi esposo. Vuelvo hacia el pasado por un instante y recuerdo aquel día en la
que Hernán me dedicó esa canción.
Aquel 30 de agosto de 1995, en nuestro auto, un Renault último modelo que recién habíamos sacado de la concesionaria para irnos de luna de miel a Córdoba. Recuerdo a Hernán, con una sonrisa de oreja a oreja, colocando la llave del auto y diciéndome "¡Feliz luna de miel mi amor!". Nos habíamos casado por civil y; luego por iglesia, la semana anterior. Decidimos festejar con nuestro grupo cercano de amigos y familia en nuestra casa, fue un festejo pequeño. Nuestros ahorros estaban destinados al nuevo auto y el viaje; así fue. Ya rumbo a Córdoba, mi marido me sorprendió con un CD de los Beatles para escuchar durante el viaje. Siempre fui fan de los Beatles, hemos ido a varios conciertos y nos fascina. Coloca el disco en el reproductor del Reno y empieza a sonar una hermosa melodía. Hernán pausa la canción, me mira y dice "Mi amor, este disco y sobre todo, la tercer canción están especialmente dedicadas para vos. Escucha". Le da play y pone la famosa tercer canción. El mira hacia la ruta y canta, cada tanto me mira pero no le saca los ojos de encima a la ruta. Suena el CD y el canta "Something in the way she moves...". Me acaricia mi pierna izquierda con su mano suave y delicada, sonríe y sigue cantando. Estábamos tan enamorados, éramos el uno para el otro.
Y yo canto "Attracts me like
no other lover" y me sonrío pensando en Hernán, en ese viaje. Luego de esa
travesía, visitamos otros lugares, aunque el viaje a Córdoba fue especial. Fue
un viaje en el que celebramos nuestro matrimonio, pero también, donde planeamos
nuestro “atraco” al banco donde yo trabajo. Éramos una pareja muy feliz,
trabajadora, muy ambiciosos ambos, aunque el dinero siempre nos gusto y
queríamos más. Pensamos en el banco como un lugar donde se manejan grandes
cantidades de dinero día a día; el riesgo corría por mi cuenta, era mi lugar de
trabajo. Yo ya sabía que, luego del robo, no volvería a pisar el Banco Francés.
Durante el viaje, planeamos absolutamente todo, yo sería la protagonista del
robo. Hernán tendría el rol del “Profesor” en la Casa de Papel, sería la cabeza
del robo. Básicamente, yo iría a trabajar como cualquier otro día, me darían la
bolsa con el dinero y accidentalmente, me la llevaría a mi casa. Y así fue el
robo, se dio tal cual lo planeado, aunque… mi profesor Hernán no llegó a verlo
en carne propia.
Te extraño tanto, mi compañero de
aventuras y emociones. Esa canción es la energía de mi corazón. La voz de
George Harrison se refleja en mi esposo, su forma de cantar es igual a él. Y
sigo cantando y cantando, hasta que la canción termina y yo ya estoy sirviendo
en mi plato la comida
Regreso a mi cama, con la canción
retumbando en mi cabeza sin parar "Something in the way she
moves...". Veo la bolsa con el dinero, la agarro y saco todo. Prendo un
cigarrillo y desparramo los billetes por toda la cama, empiezo a agarrar con mi
mano uno por uno. Me pongo los anteojos y con una linterna que encontré por
ahí, me fijo si son billetes reales. Empiezo a desesperarme y transpirar por
todo mi cuerpo, me muerdo las uñas. Me habían estafado o, hicieron que caiga en
la trampa. Martín y esos dos del banco (Estaban y Luis), fueron los creadores
de esto. ¡Eran billetes falsos!
Mi cabeza da vueltas y vueltas,
intentaba recordar todo el robo, empecé a preguntarme si algo había fallado.
Estaba desesperada. Llegué a pensar que mi propia prima podría haberme
traicionado, pero claramente ella no fue la responsable. Después, me pregunté
si Hernán conoció a Martín y capaz, ellos habían tramado un plan en mi contra.
Rechacé esa suposición, mi marido nunca me defraudaría en la vida. Aunque, mi
mama siempre dice que no hay que confiarse de nadie en esta vida. De ser así,
Hernán era un completo traidor, no me la esperaba y mucho menos viniendo de él.
Tocan el timbre, se cae el
cigarrillo entre mis dedos y yo empiezo a desesperarme aún más. Camino rápido
por el pasillo de mi casa y agarro el teléfono para contestar el timbre. Una
voz grave dice "Buenas noches Laura, somos de la policía federal. Usted se
encuentra detenida por robo de dinero del Banco Frances". Se cae el
telefono de mis manos y mi corazón no deja de palpitar. El policía grita por el
timbre "Baje o entraremos por la fuerza". Automáticamente, agarro el
teléfono y contesto "Policía, desconozco el robo. Estuve en mi casa todo
el día". Me negaba a rendirme, me habían hecho caer y yo no iba a dejar
que me arresten. El policía vuelve a insistir y yo, de todas formas, decido
bajar.
Al abrir la puerta de mi ascensor,
veo a mi vecina hablando con el policía. Coloca la llave en la puerta y abre.
El policía exclama "Laura está detenida. Tiene derecho a guardar silencio.
Cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra en un tribunal
judicial". Mi mente estaba en blanco, seguía retumbando en mi cabeza
"Something in the way she moves..." y pensaba en mi esposo. Era una
lluvia de emociones...llanto, enojo, tristeza, amor, melancolía. ¿Fue mi marido
el traidor junto a Martín? Esa fue la pregunta que me hice en el auto de la
policía hasta llegar a la comisaría.
Al llegar, me hicieron varias
preguntas, las típicas que vemos en las películas policiales. Todo mi plan de
viajar al Caribe y estar acostada en la reposera mirando al mar, ya no era
posible. La realidad había cambiado. Ahora, me encontraba en la Policía de la
Ciudad Comisaría 33 en la calle Mendoza. Sentada en una silla de madera
bastante incómoda, respondí a las preguntas del oficial García. Hacía frío, era
invierno todavía. Yo vestía un sweter negro, calzas negras y unas pantuflas
bastante elegantes para la comisaría.
En ese momento, mi cabeza ya estaba
nula. Solo quería volver a casa y descansar de tantos nervios. Luego de tantas
preguntas, me dijeron que debería permanecer en una celda de la comisaría hasta
aclarar el caso. Seguramente, sería un día solo. Me acompaño el policía Güemes
hasta la celda, yo mirando para abajo con cara de arrepentida. Como les dije,
no tenía culpas yo y estaba tranquila de que saldría libre; el culpable es
otro.
Al entrar a la celda, mire para
todos lados, era una “piezita” sin alma, sin vida. Paredes grises con humedad,
un piso blanco que con lo sucio que estaba era gris y una cama angosta. Entre y
cerraron la reja con llave. Camine directo hacia la cama, me acosté y en algún
momento, me quede dormida. En el transcurso de la noche, escuche voces
conocidas, aunque seguía algo dormida. Daba vueltas y vueltas para seguir
durmiendo. Mi cuerpo, al parecer, quería todo antes que dormir. Me levante para
averiguar de dónde provenía esa voz que me resultaba tan familiar…Vi a Tomás.
Vestido con uniforme de policía, bien peinado. No podía creer que estaba acá,
mejor dicho, nunca pensé que cumpliría su sueño de ser policía.
Mi cabeza volvió varios años atrás,
Tomás y yo éramos compañeros de colegio en la secundaria. Nuestros padres eran
amigos y decidieron mandarnos al Colegio Esquiu, sobre la calle 11 de
septiembre en Belgrano. Estábamos en cuarto año, ya casi pisando la facultad y
nosotros ya pensábamos que íbamos a estudiar. Tomás estaba convencido que
quería ser policía, aunque sus padres no compartían su elección. Tenía tiempo
para decidir, aunque el estaba seguro con su decisión de carrera. Compartimos
muchos momentos juntos, siempre fuimos amigos aunque una vez, Tomás me declaró
su amor en el ante último año de colegio. Recuerdo estar en el recreo con mis
amigas, Lara y Juana, sentadas en una esquina del patio, comiendo galletitas y
riéndonos de todo. Un patio enorme de color verde y amarillo, había un árbol hermoso
que le daba más vida al colegio. Nosotras, vestidas con jumper gris y camisa
blanca. Tomás, estaba en la otra esquina del patio, con sus amigos jugando al
futbol. Nos mirábamos cada tanto y sonreíamos. Acto seguido, lo miro, estaba haciéndome
gestos de que me acercara. Fui caminando rápido hacia él. Le pregunté “¿qué pasó?”.
Y ese fue el momento, en el que salieron estas palabras de su boca: “Laura me
gustas mucho”. Mi cara de sorprendida hablaba por sí sola, no creía que fuese
real. Éramos amigos y ya, él tenía sus “chicas”; estaba claro que no sentía
nada por mí. Aunque al parecer, mi deducción fue errónea. Obviamente, no sabía
qué responderle, así que preferí dejar las cosas claras. Le dije “Tomi, vos
sabes lo que te quiero, somos amigos hace bastante y me gustaría mantener la
relación de la misma manera”. No le gustó mi respuesta, pero terminó entendiéndome
y se alejó. El resto del año fue incómodo, él no era el mismo, nada era como
antes. A fin de año, mis papas decidieron mudarse a San Isidro, por lo que me
vi obligada a cambiarme de colegio. Tomás no quería que me vaya pero a su vez,
le daba lo mismo. Me mudé, y conocí la nueva casa. Era hermosa, toda blanca con
un lindo jardín. Mis papas invitaron a Tomás y su familia a cenar, para que
conozcan la casa. Al enterarme de la cena, arreglé con Lara para ir a dormir a
su casa y me fui en colectivo a Belgrano. Todo el tiempo buscaba evitar a
Tomás. Los años pasaron, terminé el colegio y volví a Capital para estudiar Contador
Público en la Universidad de Buenos Aires. Nunca lo volví a ver.
Ahora, ya grandes los dos, éramos
unos perfectos desconocidos. Me sentía rara. Por un lado, mi cabeza estaba
pensando en cómo seguiría el caso del robo. Pero también, no podía comprender
cómo la vida nos encontró en este momento con Tomás. Me le quede mirando tras
la reja parada, él estaba charlando con sus colegas. Acto seguido, Güemes dijo “Laura
Lezcano” y Tomás se dio vuelta hacia mí.
Conectamos miradas, y nos
sorprendimos. Cruzarnos después de tanto tiempo, en este lugar, era todo muy
raro. Me sacaron de la celda y me llevaron otra vez a esa silla incómoda de
madera antigua. Me senté y me dijeron que debería esperar hasta que llegará el
oficial García. En ese momento, Tomás se acercó y me preguntó sorprendido “Laura,
¡¿Qué haces acá?!”. Ni yo entendía que hacía ahí. En ese poco tiempo, le resumí
toda mi vida, Hernán y por qué estaba ahí. El me actualizó un poco de su vida,
estaba divorciado. Hablamos un poco más y era tanta la desesperación que tenía,
que le pedí por favor que me ayudara. Él no iba a jugársela, era su trabajo
soñado. Me explicó que iba a ser difícil sacarme pero podía hacer algo con mi
expediente. El oficial Guemes nos interrumpió y me aviso que debería permanecer
un dia más en la celda ya que el oficial García tuvo un imprevisto. Tomás me
llevó a la celda y le pregunté cuál era el plan. Esa noche, todos los policías
y oficiales se iban a una ceremonia muy importante de la Policía Federal. Tomás
se quedaba como responsable junto a otro policía más. Él se encargaría de
cambiar mi expediente, echándole toda la culpa a Martín, el culpable perfecto. Básicamente,
íbamos a cambiar la historia: Martín colocó la bolsa con el dinero en mi
cartera, como medio para sacar el dinero del banco, con el fin de hacerme
responsable. Aunque yo funcionaría como una víctima. Entonces, quedaría libre
de culpas y mi mente podría descansar en paz.
Accionamos el plan y todo salió a
la perfección. Tomás cambió el expediente mientras yo planeaba mi huida de
Buenos Aires. Descanse tranquila en la cama dura de la celda. Al día siguiente,
me interrogó García de una vez por todas. Sorprendido, reconoció que yo no era
la culpable del robo. Me comentó que Martín podría ser el posible sospechoso y
que podía irme en paz. Muy contenta y tranquila, me fui de la comisaría. Pero
antes de partir, le deje una breve carta a Tomás en su escritorio: “Tomi,
gracias por salvarme la vida, pronto te explicaré bien lo que pasó. Ahora, debo
seguir con mi vida y alejarme de esta ciudad que me trae tantos problemas. Hoy
empiezo una nueva vida, la vida de una Laura viuda pero feliz. Hasta siempre
amigo.” Seguramente, la leyó y se sonrió. Es un amigo de oro, aunque los
sentimientos no nos hayan jugado una buena pasada. Como les dije al principio
de este cuento, yo jamás dejaría que me hagan caer, yo nunca caigo. Así,
emprendí mi vieja a Pigué, donde vive mi mamá y me prometí no volver a Buenos
Aires. Chau Hernán para siempre, solo permanecerás en mi recuerdo de la canción
que retumba en mi cabeza cuando cocino “Something in the way she moves…”.
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